“Solo él es mi roca y mi salvación,
mi fortaleza donde jamás seré
sacudido”
Salmo 62:2 (NTV)
En un bosque
vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles
para comérselos. Para escapar del lobo, los cerditos decidieron edificar una
casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder ir a jugar. El
mediano construyó una casita de madera y se dio prisa para irse a jugar con el
pequeño. Mientras, el mayor trabajaba en construir su casa de ladrillo.
De repente,
el lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja,
pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El cerdito pequeño
corrió a refugiarse a la casa del cerdito mediano. Pero el lobo sopló y sopló y
la casita de madera derribó. Los dos cerditos huyeron de allí. Casi sin
aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano
mayor.
Los tres se metieron dentro y cerraron bien
todas las puertas y ventanas. El lobo intento soplar pero esta vez no pudo
derribar la casa de ladrillo. Enseguida, se puso a dar vueltas a la casa,
buscando algún sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta
el tejado, para entrar por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una
olla con agua. El lobo descendió por el interior de la chimenea, pero cayó
sobre el agua hirviendo. El lobo escapó de allí dando unos terribles aullidos
que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comerse a los
cerditos.
Aunque esta
historia nos sea familiar, y pensemos que es solamente un cuento para niños,
tiene una enseñanza profunda y valiosa.
Muchas veces
los seres humanos solemos ser como el cerdito que construyó la casa de paja, el
creyó que con eso bastaba, y en seguida decidió salir a seguir jugando.
Pensamos que solamente es suficiente con saber que Jesús existe, pero que no
hay necesidad de esforzarse en construir una relación con El. Pero luego cuando
viene la tempestad, los vientos y las tormentas, fácilmente nos derrumbamos tal
cual como la casa de paja
.
Ciertos
solemos ser como el cerdito que construyó la casa de madera, vivimos una
relación a conveniencia con el Señor, decidimos estudiar y leer la Palabra pero
no la ponemos por obra y solo obedecemos cuando nos conviene. “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no
hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las
hace, os indicaré a quien es semejante” (Lucas 6:46-47 RVR60). Si no
obedecemos la voz de Dios, seremos presa fácil de los problemas y las presiones
de este mundo, que de manera inminente nos llevaran a ser derrumbados. “Mas el que oyó y no hizo, semejante es al
hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el rio
dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa” (Lucas
6:49 RVR60).
Pero algo
diferente sucedió con el último de los cerditos, este decidió edificar su casa
con ladrillo. Él sabía que debía construir una casa fuerte donde pudiera
refugiarse de los soplidos del lobo. Jesús compararía a este cerdito con un
hombre prudente, mientras que al anterior lo asemejaría a un hombre insensato.
Cuando decidimos poner nuestra total confianza y la total disposición de
nuestro corazón a Dios, Él nos permite estar firmes en medio de las circunstancias
difíciles, podremos gozarnos en medio de la tribulación, podremos estar
confiados que el enemigo no prevalecerá sobre nosotros porque hemos decidido
edificar nuestra casa sobre la roca que es Cristo Jesús. “Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso
el fundamento sobre la roca y cuando vino una inundación, el rio dio con ímpetu
contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la
roca” (Lucas 6:48 RVR60)
.
Te animo a
construir una relación con tu Creador, que puedas abrirle tu corazón,
confesarle tus temores, plantearle tus metas y objetivos y le puedas decir que
a partir de hoy decides empezar a edificar tu vida junto a Cristo, que es el
único que te va a mantener de pie en medio de la aflicción y las situaciones
difíciles que tendrás en esta vida. “Estas
cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción;
pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Esta
decisión comienza con reconocer que le has fallado a Dios y no lo has puesto a
Jesús como centro de tu vida. Puedes decirle así desde lo profundo de tu
corazón: Señor Jesús, confieso que he
pecado contra ti, hoy te pido perdón, creo que moriste y resucitaste por mí, te
reconozco como mi Señor y Salvador y hoy decido colocarte en el centro de mi
vida. Amen.
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